Para crecer hay que incomodarse


Tenemos la tendencia natural a buscar los lugares, personas y situaciones en donde “nos sintamos a gusto”.
¿Qué pasaría si hiciéramos exactamente lo contrario?


Hace unos años, mi hermana me dijo “he estado escuchando unos podcasts de un programa de radio buenísimo, dan clases de Kabbalah, tienes que escucharlo”. Resulta que el programa era con Martha Debayle y duraba 40 minutos cada podcast. Mi primera respuesta fue “no gracias”. Pero ante su insistencia, me di chance, y puse el primer audio.

A partir de ahí no pude dejar de escucharlos. El maestro, Ariel Grunwald, hablaba de los conceptos de un libro hebreo antiquísimo, el Zohar, que habían sido traducidos y ordenados para enseñarse y aplicarse aquí y ahora, en nuestros tiempos. Toda esa sabiduría milenaria, resumida en historias y conceptos sencillos de entender y aplicar. Fascinante.  Terminé aventándome 3 veces cada una de las 40 clases de Kabbalah.

El Zohar, en palabras de Ariel, expone “Las reglas del juego de la vida”, que están ahí para que al conocerlas y aplicarlas, todos disfrutemos más el juego. Una de esas reglas explica que todos tenemos dentro un oponente (la palabra en arameo para oponente es “satán”), que nos hace buscar la satisfacción inmediata, y esto es una condición humana natural. Sin embargo, complacer siempre a ese satán, nos deja con algo que llaman “el pan de la vergüenza”. Porque el deseo de satisfacción inmediata es de esta tierra, y nuestro espíritu va más allá de eso, tiene otros deseos y aspiraciones: lo que los cabalistas llaman “la luz”.

La regla entonces dicta que para tener satisfacción duradera y plena, hay que vencer al satán, librarnos del pan de la vergüenza y ganar nuestra luz. Un principio simple, totalmente aplicable, comprobado por mucha gente a lo largo de muchísimos años.

Pero a nosotros no se nos enseña esto en Occidente. Cada vez más fuertemente, aprendemos que lo deseable, lo bonito, lo disfrutable es lo inmediato. Todo está a un clic de distancia. Mientras más rápido, más fácil y más cómodo, mejor. La tecnología tiene mucho que ver, por supuesto, pero toda la sociedad, sus procesos, sus costumbres, están inclinándose hacia eso. Está ganando el satán. Nos alimentamos con pan de la vergüenza, y luego nos preguntamos por qué nos sentimos tan vacíos, por qué nuestras vidas parecen no tener rumbo ni sentido.

Para sentirnos plenos, lo primero que tenemos que hacer, es cambiar el chip. Lo verdaderamente deseable no es lo cómodo, lo accesible, lo rápido, lo inmediato. Lo verdaderamente deseable es lo incómodo. Creo que todos hemos escuchado que “la magia sucede fuera de tu zona de confort”. Pero ¿cuántos lo integramos a nuestro esquema mental como una línea de acción práctica y sostenible? ¿Cuántos buscamos la incomodidad como un modus vivendi?

Nos alimentamos con pan de la vergüenza, y luego nos preguntamos por qué nos sentimos tan vacíos, por qué nuestras vidas parecen no tener rumbo ni sentido.

Hace unos días, cuando Emilio y yo decidimos crear este blog, le planteé este tema de la incomodidad como un elemento indispensable para el crecimiento. Le decía que para crecer como personas y alcanzar nuestro verdadero potencial era mejor buscar ponernos incómodos que buscar estar a gusto. No estuvo del todo de acuerdo. ¿Por qué? “Porque no necesariamente tengo que estar incómodo para crecer”, decía. “Puedo encontrar un lugar, rodearme de gente, involucrarme en situaciones y retos que me hagan crecer y en donde me sienta a gusto, aceptando los retos como parte de mi camino.”

Tenía razón. Al menos, yo estaba de acuerdo. Pero dentro de la discusión, nos dimos cuenta de que en el concepto “estar a gusto” hay una línea muy delgada entre “estar cómodo” (es decir, estar ahí porque es lo más fácil o conveniente para mí) o “estar en el lugar donde mi corazón sabe que tiene que estar”. ¿Cómo reconocer la diferencia? ¿Cómo saber que es un llamado intuitivo y no una construcción mental, una idea aprendida, lo que está moviendo mi decisión?

Mi única respuesta es que se siente diferente. Y uno debe aprender a desarrollar su intuición para poder escucharla mejor. Pero lo que sí, es que cuando uno sigue el llamado, ese llamado normalmente nos saca de la zona de confort. Nos lleva a otros lugares, nos impulsa a crear nuevos proyectos, a conocer nuevas personas, a enfrentarte a cosas que no conocías. Es decir, uno puede rodearse de gente, hacer cosas y ponerse en situaciones en donde se sienta a gusto (intuitivamente hablando) y se sienta muy retado, donde la incomodidad esté presente y se enfrente.

Luego planteamos algunos dilemas ante los cuales proponíamos distintas opciones. Mi premisa era que siempre la más incómoda para ti es la que tiene más potencial de crecimiento. Y ahí sí, no pudo diferir. Ponerte incómodo te hace crecer como persona más que cualquier otra cosa en la vida. Claro que, puedes ser un cabeza dura y salir de una situación incómoda sin haber aprendido nada. Pero es poco probable. La incomodidad nos rompe. Una situación incómoda rompe nuestros esquemas mentales, una persona incómoda es el espejo perfecto para mostrarnos quienes realmente somos. Un lugar incómodo saca nuestra oscuridad a relucir. Y así como un músculo necesita romperse para crecer, así nosotros. Mientras más incómodos nos pongamos, más crecemos.

Así como un músculo necesita romperse para crecer, así nosotros.

Entonces, ¿cómo podemos integrar la incomodidad a nuestro modus vivendi?

El primer paso, por supuesto, es no sacarle. No evitarla cuando llegue o cuando se ponga sobre la mesa. No buscar lo apetecible-bonito-inmediato. Dejar de hacerle caso al satán, y con consciencia, decir “me la aviento difícil, porque así gano la satisfacción verdadera y duradera que mi alma realmente desea”. Me pongo incómodo no por mártir, sino porque eso es lo que me lleva a la plenitud.

Con Emilio imaginamos cómo sería la vida si uno se planteara el objetivo no sólo de evitarla, sino de comenzar a buscarla. De ir de incomodidad en incomodidad. La verdad es que ni él ni yo sabemos cómo sería la vida así, no lo hemos intentado. Pero imagina que conocieras a una persona así: que decidió conscientemente ir a los lugares que lo pusieran más incómodo posible, de tratar con la gente más incómoda para él, de enfrentarse a todo eso que lo incomodara. Se estaría moviendo constantemente, porque en realidad, nada te incomoda para siempre. Piénsalo: cualquier cosa que te incomoda al principio, después deja de hacerlo. Si uno se queda el suficiente tiempo en algo, se acostumbra, se adapta. Y cuando ya estás cómodo, es momento de moverse de ahí. Entonces esta persona estaría moviéndose de incomodidad en incomodidad, descubriendo cosas de sí mismo y desarrollando su aceptación como un campeón.

Imagínalo 10 años después de hacer eso. ¿Qué clase de persona sería? ¿Qué historias podría contar? ¿Qué tan rica de experiencias sería su vida? ¿Qué tan consciente de sí mismo sería? ¿Qué tanto habría crecido?

No sé,  tal vez no todos tomemos la decisión consciente de ir de incomodidad en incomodidad… pero sí podemos, por lo menos, comenzar a dejar de huir de ella.

Ahora, entiendo que la incomodidad es muy subjetiva. Lo que es incómodo para ti puede no ser incómodo para mí y viceversa. Cada quién sabe lo que nada más no le gusta. Pero siendo parte de esta generación Millenial, indentifico 3 cosas que, en general, nos incomodan a los jóvenes de hoy:

  1. Hacer lo que no nos gusta.
  2. Que las cosas sean tardadas.
  3. Sentirnos vulnerables.

Creo con todo mi ser, que si trabajamos en estas 3 cosas, podemos alcanzar nuestro máximo potencial. Te propongo que lo intentes:

1. Decide, por ti mismo y sin que nadie te lo pida, hacer cosas que no te guste hacer. Eso que nunca harías… hazlo.

2. Dale tiempo a las cosas. No intentes y descartes inmediatamente. Éntrale a algo, y quédate el suficiente tiempo para que deje de serte incómodo. Un nuevo trabajo, un nuevo proyecto, una relación… cuando quieras irte, no lo hagas. Ponte un tiempo y quédate. Por ahí leí alguna vez “no darle tiempo a las cosas es la marca del novato. Los mejores saben que las cosas llevan su tiempo”.

3. Muéstrate como realmente eres, di lo que realmente sientes, sé vulnerable. Solemos mostrar nuestra mejor cara: publicamos nuestros triunfos, nuestros gozos, nuestros viajes, y hacemos lo mismo con las personas. Es más, he visto gente que cree que “estar muriendo por dentro y sonreír” es una virtud. No, no, no: muéstrate como eres. Permítete sentir. Permítete ser imperfecto, y comparte tu imperfección con los demás. Es difícil, lo sé. Sentirnos vulnerables es muy incómodo, y requiere mucha fortaleza. Pero no hay de otra que comenzar a hacerlo. Intenta mostrar tu vulnerabilidad a los demás, no necesariamente en Facebook, pero sí en tu casa, en la escuela, el trabajo. Ponte de pechito. Vas a ver cuánto creces no sólo tú como persona, sino también tus relaciones. Ser lo suficientemente valiente como para abrirme a que me vean vulnerable inspira a los demás a hacer lo mismo conmigo. Y quitarnos esas máscaras y mostrarnos como somos, nos conecta y nos une con el otro a niveles muy profundos. Inténtalo, te vas a sorprender.

Entonces así es: te proponemos la incomodidad como la mejor herramienta para tu crecimiento personal. ¿Qué opinas?

Si tienes historias de incomodidad y crecimiento que quieras compartirnos, déjanos un comentario.

¡Un abrazo enorme!

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