Si no nos gusta la situación actual del mundo y queremos hacer algo al respecto, lo mejor que podemos hacer es comenzar por nosotros mismos.
Cuando estaba en la universidad comencé a cuestionar al sistema (económico, social, educativo) y a muchas de las cosas del mundo actual.
Mientras más investigaba, más me daba cuenta de las incongruencias que existen: distribución de los recursos de forma egoísta y desproporcionada, falta de conciencia ambiental, un sistema financiero diseñado para crear disparidad económica, un sistema educativo diseñado para crear trabajadores, vacío existencial y materialismo generalizado.
Por supuesto, surgió en mí el deseo de hacer algo al respecto. Primero, desde la rebeldía: odié al dinero, al gobierno, a la escuela, a la religión, todo me parecía viejo y corrupto, plagado de intereses.
Luego, empecé a crear proyectos y me uní a grupos de liderazgo, con la idea de cambiar al sistema desde adentro. Tuve mi primera empresa: un foro colectivo, un impulso al arte y a los proyectos de la gente. Fracasó por falta de recursos. Cochino dinero.
Me metí de lleno a la educación: entré a dar clases y me esforzaba en llevar conciencia, practicidad, verdadero aprendizaje significativo… pero me regañaban por no pedir permiso y no entregar mis planeaciones a tiempo. Cochino sistema.
Con el paso del tiempo, el ir encontrando nuevas herramientas y el darme de topes, he entendido dos cosas que hoy son parte de mis premisas fundamentales.
La primera es la siguiente: puedo pelearme con la realidad y siempre perder, o puedo aceptarla y fluir con ella. Porque el mundo es como es y no como yo quiero que sea, porque por más que existan esas cosas corruptas y desalmadas, siempre hay también belleza, y bondad, y consciencia.
Decía Facundo Cabral “una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan a la vida”. No podemos negar que hay “bombas”… pero que no nos nublen la vista, que no nos llenen de miedo, de desesperanza, de aflicción. Nuestra verdadera naturaleza es la unión, la compasión, el amor.
La segunda conclusión importante en mi camino ha sido que todo lo que sucede en el mundo depende del grado de conciencia que tengan las personas, y esa conciencia es un camino individual. Cada quien tiene su ritmo. No puedes “aumentarle la conciencia a alguien” a la fuerza. Es una decisión personal.
Por lo tanto, la única forma de colaborar para la transformación del mundo que todos tenemos es tomar la decisión de aumentar nuestra conciencia. Entender la fuerza de las palabras de Ghandi: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”.
Para transformarnos a nosotros mismos, primero hay que entender de dónde venimos, por qué estamos aquí, hacia dónde vamos. Quien no sabe quién es y por qué está en el mundo, difícilmente incidirá en él.
Cuando empezamos a entender por qué somos como somos y a ver nuestras reacciones automáticas, nuestras programaciones y a cuestionar nuestros propios juicios, empezamos a tener un cierto grado de dominio sobre nuestra vida.
Es ahí cuando empezamos a vislumbrar un llamado particular, un deseo del alma de colaborar en algún aspecto de la vida, y nuestra existencia empieza a tener sentido.
Además, en este descubrirnos a nosotros mismos descubrimos a su vez nuestra conexión con los demás y con el TODO del que somos parte. Esa es la cura contra el egoísmo: descubrir que solo puedo ser auténticamente feliz si me doy a los demás y aporto valor al mundo.
Ese es el camino del verdadero progreso: la suma de transformaciones individuales es lo único que puede transformar la realidad colectiva. Solo las personas conscientes y felices pueden construir un mundo más consciente y feliz.
Mientras más personas se entreguen a colaborar con la vida en su llamado personal y se curen del egoísmo que provoca la inconsciencia, más rápido y naturalmente se puede transformar este mundo en el que vivimos.